
POR Belén Fernández Salinger
13/12/2025
Hoy se me ha ordenado algo.
Hoy no me ha pasado nada extraordinario.
No he tenido una revelación.
No he visto nada nuevo.
Hoy, simplemente, una pieza ha encajado.
Algo que llevaba tiempo rondándome se ha ordenado sin esfuerzo.
No porque haya llegado a ninguna conclusión,
sino porque se han caído varias.
Me he dado cuenta de que aquello que viví hace tiempo
—ese estado en el que no faltaba nada y no sobraba nada—
no tenía que ver con energía,
ni con planos,
ni con experiencias especiales.
Era.
Y ya está.
No era grandioso.
No era “la leche”.
No era mejor ni peor que nada.
Simplemente, era.
Y al verlo así, se ha deshecho mucho ruido alrededor.
Ideas sobre el después.
Sobre aprender aquí para llegar allí.
Sobre avanzar, evolucionar o completar algo.
Nada de eso tiene demasiado sentido cuando lo miras de cerca.
No porque esté mal,
sino porque deja de ser necesario.
Hoy me doy cuenta de que ya no me identifico
ni con lo religioso,
ni con lo espiritual,
ni con ningún discurso que necesite etiquetas.
No por rechazo.
Por falta de necesidad.
Tampoco siento la necesidad de celebrar nada
ni de darle un valor especial a las cosas.
Las vivo.
Las experimento.
Incluso los lazos que tradicionalmente consideramos prioritarios
han perdido ese peso jerárquico.
No porque no haya vínculo,
sino porque nada está por encima de nada.
No hay algo más importante que otra cosa.
Todo ocurre en el mismo plano: el de estar siendo.
No comparto esto para convencer,
ni para explicar cómo son las cosas,
ni para que a nadie le encaje nada.
Lo comparto porque ha sido mi experiencia de hoy.
Y porque a veces poner voz a lo que se cae
ayuda a que el silencio sea más honesto.
Mañana puede encajar otra pieza distinta.
Y estará bien.
Porque no hay que llegar a ningún sitio.
No hay que identificarse con nada.
No hay que sostener ninguna historia.
Estar siendo, mientras se está,
ya es la experiencia completa.