
POR Belén Fernández Salinger
29/11/2025
Cuando la vida pasa por ti (y no tú por la vida)
Hay una frase que mi padre repetía mucho:
“Hay gente que pasa por la universidad, pero la universidad no pasa por ellos.”
De pequeña no la entendía. De adulta, la llevo tatuada en el alma.
Porque es exactamente lo que veo cada día: hay gente que pasa por la vida… pero la vida no pasa por ellos.
Viven cumpliendo, avanzando, tachando tareas, coleccionando fechas. Pero nada les impacta. Nada les atraviesa. Todo les roza por fuera.
Yo nunca he podido vivir así.
A mí la vida me ha pasado por dentro. Y no solo una vez: miles.
Me han atravesado los pequeños momentos, los mínimos gestos, las escenas que nadie ve, los detalles que parecen irrelevantes y las anécdotas absurdas que después se convierten en lecciones.
Por eso siempre digo que mi vida no es lineal. No está hecha de acontecimientos grandes. Está hecha de instantes que parecían insignificantes pero tenían alma.
Vivir no es coleccionar postales.
Cuando viajo, lo que busco no es la catedral. Eso está en cualquier foto de Google.
Lo que busco es el niño que vende violetas, la señora que frunce el ceño al probar su café, la gente caminando, los acentos, los olores, la forma en que un pueblo respira.
Me gusta mezclarme con las personas, empaparme del lugar, sentir la esencia de donde estoy.
Porque lo importante de un viaje no es la foto: es la vida que ocurre mientras pasas.
Por eso he tenido tanta vida.
He vivido muchas cosas, sí. Más de las que podría escribir. Pero no por cantidad. Sino por intensidad. Porque yo sí estaba allí. Yo sí miraba. Yo sí escuchaba. Yo sí dejaba que todo me tocara.
La vida me ha arrastrado, me ha acariciado, me ha destrozado y me ha reconstruido… y siempre pasó por dentro de mí.
Momentos mecedora.
Muchas veces imagino la escena: yo viejita, con el pelo blanco y una mantita sobre las piernas, viendo a mis hijos hablar, a mis nietos jugar, a mi familia hacer ruido y vida.
Y yo, moviendo la mecedora, pensando:
“Si supierais todo lo que viví…”
Y sonriendo, porque sé que viví una existencia preciosa. Llena de despertares, de dolor, de magia, de risas y de aprendizajes.
Llena de momentos que casi nadie habría visto… pero yo sí.
Porque así es como he vivido siempre:
no pasando por la vida,
sino dejando que la vida pase por mí.