
POR Belén Fernández Salinger
06/12/2025
Hay experiencias que no caben del todo en las palabras, pero aun así necesitan ser contadas. Lo que viví no fue una visión, ni una canalización, ni una revelación mística. Fue un instante en el que mi conciencia se abrió y me mostró algo que siempre había estado ahí. Y quiero contarlo exactamente como ocurrió.
Lo primero que sentí en el cuerpo
Todo empezó con un temblor suave, profundo, como una vibración que venía de dentro. No era miedo, no era nerviosismo. Era como si mi cuerpo supiera algo antes que yo. Después llegó una especie de desvanecimiento consciente: no me dormía, pero algo dentro de mí se soltaba.
La conciencia no se apagó: se amplió
No perdí la conciencia. La amplié. De pronto ya no estaba metida dentro de mi cuerpo, como algo encerrado. Estaba en todo. No como quien mira desde fuera, sino como quien *es* todo lo que ve.
La unidad no era una idea: era un estado
En ese instante sentí dentro de mí a mi madre, a mi abuela, a Julio, a mi hijo, a mi nieto. No como recuerdos, sino como presencias vivas mezcladas con la mía. No tenía que imaginarlos: estaban ahí porque siempre estuvieron. Yo era ellos y ellos eran yo.
No había tiempo: todo ocurría a la vez
Lo que para la mente es pasado, presente o futuro, allí era simultáneo. No existían fechas. No existía la línea del tiempo. Podía percibir algo que ya ocurrió, algo que estaba ocurriendo, o algo que todavía no había llegado aquí. Todo coexistía.
La tensión entre irme y quedarme
Había un vértigo extraño: una parte de mí quería entregarse del todo a ese estado tan amplio, y otra parte recordaba que tenía un cuerpo esperándome. Ninguna de las dos fuerzas ganó. Simplemente convivieron.
La comprensión que me cambió para siempre.
Cuando regresé a mi cuerpo —o cuando recalé en él otra vez— ya no era la misma. Había entendido algo esencial: en mí está todo lo que siempre busqué fuera. No hay que ir a ningún sitio, no hay que recibir mensajes de otros planos, no hay que conectar con quienes “ya no están”. Porque no se van. Simplemente cambian de forma.
Ahora ese estado es descanso, no vértigo.
Con el tiempo dejé de tener respeto por ese estado. Ahora, cuando vuelve, me descansa. Es un lugar donde no soy Belén, ni madre, ni hija, ni historia, ni personaje. Soy vida. Soy unidad.
Recordar lo que siempre fuimos
Esa unidad no es teoría. No es espiritualidad aprendida. Es algo real, vivo, que todos llevamos dentro. Y cuando lo tocas, aunque sea un segundo, ya no puedes olvidar que somos uno. Siempre lo fuimos. Solo hacía falta recordarlo.